Historia de la cacería del estornino en la Laguna de Zóñar

Resumen

Se hace un recorrido histórico de la caza del estornino en la Laguna de Zóñar a través de la historia de una familia de “Los Criaos”, que durante un siglo se han encargado de llevar a cabo esta actividad. Se exponen las técnicas de captura, el manejo y la organización de las cacerías desde sus inicios hasta que conluyó en 1974.

Antecedentes

La primera referencia de la cacería del estornino en los cañaverales del pueblo de Villaverde del Río (Sevilla), según el investigador y científico José A. Valverde, se encuentra en el Libro de la Montería de Alfonso XI “El Justiciero”, aunque este autor, en su libro Anotaciones al Libro de La Montería de Alfonso XI, opina que esta parte del libro que hace referencia a la caza de aves, se ha inspirado de un libro preexistente escrito por su bisabuelo Alfonso X “El Sabio”. Valverde dice que es de notar que un gran dormidero de estorninos, que aún existía hasta hace poco tiempo, fue descrito en Villaverde del Río. Siendo así, y dada la tradición de las distintas artes de la caza -sobre todo de la cetrería- durante la dominación musulmana en la Península Ibérica, no es de extrañar que se cazaran a estas aves en los cañaverales de Villaverde desde el siglo III, en plena época de dominio romano de la Península Ibérica.

La caza del estornino en Villaverde es un referencia constante en todos los diccionarios y publicaciones que dan noticias sobres esta pequeña villa sevillana. En el año 1674, Luis Moreri publica en Francia El Gran Diccionario Histórico, donde anota que hay en la vega un grandísimo cañaveral en el que se recogen inmensas bandadas de estorninos durante todo el invierno, de suerte que, en unas redes, que se tienden de noche se recogen miles de docenas de aves que se llevan a gastar a Sevilla y otras partes. También en 1788 se publica en Madrid la Enciclopedia Metódica Historia Natural de los Animales, y en ella nos vuelve a dar noticia de la caza del estornino en este paraje.

Como punto y seguido de las crónicas recogidas, está el relato de “Los Criaos”, que fueron pioneros en la cacería del estornino en distintos cañaverales de Andalucía y de forma exclusiva en la población cordobesa de Aguilar de la Frontera.

Los orígenes

En el año 1830, procedente de León, llega al pueblo de Cantillana (Sevilla), Manuel Rodríguez Mendoza, que contrajo matrimonio con Dolores Quevedo Rivas, trasladándose a la vecina localidad de Villaverde del Río, a sólo 8 km. Allí tuvieron siete hijos varones, Manuel, Benito, Juan, Fernando, José, Andrés y Francisco. Ocurrió que Dolores murió joven, dejando a cargo de su madre el cuidado de sus hijos, por lo que ésta tenía que desplazarse a diario desde Cantillana a Villaverde para hacer la comida y cuidar de sus nietos. Por este motivo, pronto la gente de Villaverde llamarían a los hijos de Manuel y Dolores, los que han criao o “Los Criaos.” El mayor de ellos, Manuel, trabajaba al servicio de un noble que ostentaba el titulo de Conde, propietario de una finca situada a 3 km del pueblo llamada El Cañaveral. El Conde, muy aficionado a la caza, en la época en que los estorninos llegaban del norte de Europa a pasar el invierno en esas tierras, salía de noche con Manuel a cazarlos mediante un rudimentario sistema de dos palos y un red de unos dos metros cogida a ellos que se abría en forma de pancarta. La técnica consistía en que el Conde esperaba a que Manuel le remetiera los pájaros desde el otro lado, cerrando la red para que quedaran atrapados en ella. Por este sistema recogían entre 20 y 30 docenas.

Manuel Rodríguez Quevedo, para aumentar el número de capturas, en 1860 aproximadamente ideó “La Máquina”, con la que pronto vería incrementar el rendimiento de las cacerías, pasando de 20 o 30 docenas a 300 o 400. Junto con sus seis hermanos la prueban en Villaverde del Río, y pronto la utilizan en otros cañaverales, como el de Vejer de la Frontera (Cádiz), y posteriormente, por un periodo ininterrumpido de más de 100 años, en la Laguna de Zóñar.

La máquina

“La Máquina” tenía en un principio 5 palos (vigas de madera de 6 o 7 metros de altura), y ocupaba 30 metros de ancho por unos 35 de largo (la distancia entre palos era de 6 metros). Fue en Aguilar de la Frontera donde al tener la laguna un gran carrizal o carrizosa decidieron ampliarla a 7 palos, pasando a tener una superficie de 42 metros de ancho por 48 de largo. Para su funcionamiento se utilizaban los siguientes enseres: riendas gordas, riendas menudas, cordeles de tiros, red de solera y cordeles de tientos. Viendo Manuel que “La Máquina” podía ser una forma de ganarse la vida, junto con sus hermanos empezaron a buscar cañaverales donde hubiera mayor cantidad de estorninos y así pasar el invierno, una época en la que en el campo había menos trabajo. El motivo por el que buscaron cañaverales (Arundo donax) o carrizales (Phragmites australis) era debido a que el estornino los utiliza como dormidero porque es un pájaro que vive y se mueve en bandos.

El primero que encontraron fue en Vejer de la Frontera, en la finca Las Lomas, que albergaba un carrizal en el que cazaron solo dos campañas, y donde capturaban en una sola noche 800-900 docenas. En Vejer de la Frontera solo estuvieron dos inviernos debido a que otros cazadores, también de Villaverde, entraron a cazar en la finca, obligándolos a buscar de nuevo un lugar donde realizar las cacerías. Años más tarde, a principios de los 60, estos mismos cazadores pretendieron hacer lo mismo en Aguilar de la Frontera. Además pretendían la exclusividad de las cacerías argumentado que tenían la patente de “La Máquina”, por lo que se tuvo que llegar a un a un pleito que se consiguió ganar. Llegaron de esta forma a Aguilar de la Frontera sobre el año 1864, y en la Laguna de Zóñar permanecieron cazando los inviernos hasta 1974. Aunque también cazaron desde mediados de los 60 hasta el año 1972 en un cañaveral en Hornachuelos (Córdoba). Las faenas que se hacían para colocar “La Máquina” eran abrir las calles para formar el rectángulo de los 42 por 48 metros que ocupaba. Si el año en cuestión no se había quemado el carrizal, se veían las marcas de las calles del año anterior porque era repetitivo utilizar el mismo sitio, pero aún así se abrían las calles cada año, cosa que se hacía entre cuatro hombres, tres de ellos pisando los carrizos y el último con un palos despejando la calle por arriba.

Una vez abiertas las calles, se procedía a echar forraje que se segaba de los alrededores, transportado a mano hasta conseguir un espesor suficiente para andar sobre él sin problema. A continuación se clavaban los palos entre tres hombres aprovechando que el suelo estaba inundado. Una vez clavados los catorce palos, se ponían siete escaleras en los palos del espaldar de “La Máquina”, y otras siete en la calle de los tiros; las riendas gordas, que servían para llevar la red desde el espaldar hasta los tiros; los cordeles de los tiros para tirar de la red; y por último la rienda menuda que ayudaba a correr los costados. Todos estos cordeles se montaban por encima de los carrizos a través de los costados.

La red

La siguiente faena a realizar era transportar la red, para lo cual se necesitaban seis hombres. Una vez en el interior de la máquina, se izaba usando los cordeles de los tiros para subirla hasta lo alto de los palos del espaldar; desde allí se colocaba la red, el cielo quedaba recogido en lo alto de los palos del espaldar y sujeta por los cordeles de los tiros con un lazo que se soltaba al tirar por la noche. La red se peinaba para evitar los enredos, dejando hasta el suelo la parte que correspondía al espaldar; de esta forma en la noche solo había que correr los costados y el cielo. También se dejaba colocada la solera, o red que servía para cogerla con el cielo una vez terminada la remetida. En los costados y en la calle de los tiros, se dejaban en el suelo los tientos. Esta faena de colocación de la red era decisiva para que por la noche no hubiera problemas en el encierro de los pájaros, estando reservada a los hombres con más experiencia. Quedaba todavía un último trabajo: abrir los callejones para la remetida. Esto correspondía a los hombres que iban a estar en los tiros, que desde un callejón “maestro” que marcaba la remetida a “La Máquina”, cada uno abría su callejón que salía a su palo. Entraban por el callejón “maestro” en el mismo orden que estaban colocados en los palos de tiro, señalando la entrada al suyo con carrizos atravesados, y conforme se colocaban iban quitando. Estos callejones tenían una distancia de cincuenta metros desde la calle de los tiros hacia la parte del carrizal orientada en este sentido, y que tenía como finalidad meter o remeter pájaros hacia “La Máquina”. Y es que el porcentaje de la cacería que se conseguía con la remetida suponía el 70% aproximadamente del total cazado.

Las horas previas al encierro, Fernando Rodríguez García, encargado de la cuadrilla, le encomendaba a cada uno lo que tenían que hacer: los que corrían los costeros, el del palo de esquina y los de los tiros, todo esto una hora antes de marchar hacia el carrizo.

El tren, un aliado en la caza

En las fases lunarias de cuarto creciente y menguante había que esperar la puesta de la luna, ya que la faena había que hacerla en plena oscuridad. Una vez puesta la luna, aprovechando que cerca del carrizal transcurre la vía férrea Córdoba-Málaga, se esperaba el paso del tren de mercancías conocido como “El Carreta”, el cual, al pasar frente al carrizal y para superar una pequeña pendiente de la vía, chirriaba, momento que se aprovechaba para izar los cordeles y capturar a las aves. Ocurría que el “Carreta” casi siempre traía retraso, por lo que había que estar esperando una hora o más, metidos en el carrizal con frío y barro hasta las rodillas.

A la mañana siguiente, se esperaba hasta las ocho y media, hora que salían los pájaros. Una vez se habían marchado los estorninos se empezaba a montar el garlito, que era una manga de red de unos veinte metros de largo por cuatro de ancho donde se recogían y mataban los pájaros. Se ponía en el palo de esquina del espaldar, colocando otro palo a cuatro metros de éste, al final de los veinte metros del garlito se ponía otro palo con una cruceta, en el que se le colocaba unas garruchas (poleas) para poder levantar y bajar el garlito cuando entraban los pájaros. Para hacer la matanza del pájaro, se metían todos los hombres en el interior del recinto y portando latones y unas cañas con trozo de tela atadas a ellas, se empujaba al animal hacia el garlito; esta operación se repetía varias veces hasta conseguir matar todos los estorninos cazados.

Cada requisa de pájaros, se bajaba la red del garlito y se recogían sobre un lado del mismo, formando un gran montón, y sobre él se echaban los pajariteros, quebrándole la cabeza con el dedo pulgar e índice (pellizco mortal) aunque la mayoría morían asfixiados. Del garlito hasta las inmediaciones de la casilla se transportaban los estorninos en mulos

que los facilitaba el dueño de la finca, y allí se extendían para que se refrescaran y evitar así problemas en su estado de conservación.

Todo esto del tren se mantuvo hasta que dejaron de ser de vapor y pasaron a ser de gasoil. Una vez pasaba el tren se hacía el encierro del pájaro, en la que cada hombre ocupaba su puesto; los siete de los palos de tiro, los cuatros de los costados, el del palo esquina y mi tío Fernando Rodríguez García, colocado en una de las esquinas, el cual daba la señal para empezar la cacería. Primero, con un tirón del tiento avisaba a los hombres del costado que estaban en la calle del palo esquina donde él se encontraba, y también al hombre del otro palo de esquina para que hiciera la señal al otro costado. La misión de los hombres de los costados era arrastrar la red desde el espaldar hasta los tiros, para ello uno se echaba al hombro un trozo de la red y el otro ayudaba para que ésta no se enganchara; todo esto se tenía que hacer a la misma velocidad que corría el cielo de “La Máquina”. A continuación daba dos tirones del tiento de los tiros que tenían en la mano los encargados de tirar de la red; uno primero de aviso, y el segundo que servía de aviso para correr la red, y en cuestión de 3 o 4 minutos quedaban encerrados los pájaros que dormían en el recinto, por el cielo y los costados; abierto sólo quedaba la parte de los tiros para remeter los que dormían fuera de la estructura de “La Máquina”.
En este momento salían hacia la remetida los siete hombres de los tiros para colocarse cada uno en su callejón, el último que se colocaba era el primero que empezaba a mover los carrizos, siendo ésta la señal para empezar la remetida. En voz baja se comunicaban para llegar a los palos todos al mismo tiempo, y una vez allí se soltaban los cordeles de los tiros y las riendas gordas cayendo la red sobre los carrizos; a continuación se cosía la solera con el cielo, quedando todo cerrado. El cosido de la solera se hacia con hojas de palma que se llevaban desde Villaverde, nunca se utilizaron cuerdas. Con la remetida se conseguía aumentar el número de docenas cazadas ya que se recogía el pájaro que dormía en las inmediaciones.
Ahí ya se hacía una primera estima del número de pájaros, mis tíos Juan Rodríguez López, Fernando Rodríguez
García y mi padre Fernando Rodríguez López hacían el aforo en base al ruido que emitían, equivocándose sólo en 50 docenas arriba o abajo. Concluida la faena, todos regresaban a la casilla construida en las inmediaciones de la fuente de los eucaliptos, dentro de la Laguna de Zóñar. Aquel
Aquel era el lugar donde vivían los pajariteros durante la campaña.
En este momento salían hacia la remetida los siete hombres de los tiros para colocarse cada uno en su callejón, el último que se colocaba era el primero que empezaba a mover los carrizos, siendo ésta la señal para empezar la remetida. En voz baja se comunicaban para llegar a los palos todos al mismo tiempo, y una vez allí se soltaban los cordeles de los tiros y las riendas gordas cayendo la red sobre los carrizos; a continuación se cosía la solera con el cielo, quedando todo cerrado. El cosido de la solera se hacia con hojas de palma que se llevaban desde Villaverde, nunca se utilizaron cuerdas. Con la remetida se conseguía aumentar el número de docenas cazadas ya que se recogía el pájaro que dormía en las inmediaciones.
Ahí ya se hacía una primera estima del número de pájaros, mis tíos Juan Rodríguez López, Fernando Rodríguez
García y mi padre Fernando Rodríguez López hacían el aforo en base al ruido que emitían, equivocándose sólo en 50 docenas arriba o abajo. Concluida la faena, todos regresaban a la casilla construida en las inmediaciones de la fuente de los eucaliptos, dentro de la Laguna de Zóñar. Aquel
Aquel era el lugar donde vivían los pajariteros durante la campaña.

Conteo y transporte

Terminada la matanza, en el lugar que se extendían los pájaros, Rafael, el encargado de la finca, y mi padre, Fernando Rodríguez López, los contaban por “manos”, esto es, en cada mano tres pájaros (media docena), por lo que 50 “manos” eran 25 docenas, que se apartaban en montones para facilitar llenar las cajas que traía el camión mandado por un recovero de Sevilla. Después del recuento se atendía a los vendedores de Aguilar de la Frontera, Moriles y Puente Genil. Entre estos, recordar a Ricardo, dueño de un bar que estaba al comienzo de la calle Ancha junto a una bodega, y también al Betis, que tenía el bar en la misma calle; a todos ellos se les vendían entre setenta y ochenta docenas. El resto se los llevaban para Sevilla, al Mercado Central de Entradores de la Calle Pastor y Landero, casi siempre al mismo porque era el de más garantía, Fernando Bernal Zambrano, aunque algunas veces se lo llevaba otro llamado Miguel Gallego. El día antes de la cacería se mandaba a un hombre de la cuadrilla al pueblo de Aguilar de la Frontera, y en una central de Telefónica que había en el Llano, le ponía una conferencia a Fernando Bernal, el recovero de Sevilla, para la recogida al día siguiente. Para el transporte, se aprovechaban los camiones que venían de las monterías de Cáceres y Ciudad Real, en los que se colocaban las cajas que contenían entre 1800 y 2500 docenas de estorninos.

Estorninos y otras aves

La cacería del estornino se hacía en estos carrizales por ser un animal que vive y se mueve en bandos y porque en la noche no vuela, entendiéndose no volar, que no toma altura, por lo que en la remetida esta condición ayudaba a “rodar” el pájaro en dirección hacia “La Máquina”. En las noches de lluvia facilitaban mucho la remetidas porque el pájaro “rodaba” mejor al estar todo más oscuro. El estornino es un pájaro, que si no se le molesta pronto toma querencia del sitio, de manera que no extraña ni los palos ni la red que se encuentran cuando vuelven por la tarde al dormidero.

Regresa hacia al norte de Europa para reproducirse sobre el 15 de febrero, y se sabía cuándo iba a ocurrir porque se le ponía el pico amarillo, que era muestra de la grasa que tenía acumulada y que le daba fortaleza para emprender el regreso.

Los depredadores que más le atosigaban eran, en el vuelo, los halcones, para lo que utilizaban como medio de defensa vuelos cortos y constantemente cambiando la dirección para evitar que la rapaz se pusiera por encima de ellos y así atraparlos. En la noche, el depredador que más le inquietaba era la lechuza. Para cazar las lechuzas y que no molestasen a los estorninos, se utilizaban cepos puestos en una tabla encima de un palo colocados en los alrededores del carrizal. Mediante este sistema de caza, en el año 1966, que fue la campaña más larga y productiva, se cazaron 130 lechuzas. El estornino necesitaba que los carrizos estuvieran en condiciones óptimas en cuanto a la altura desde la mitad de la caña hacia arriba, porque en los sitios que estaban a poca distancia del suelo no se echaban para dormir porque eran más vulnerables para los depredadores terrestres que les castigaban en la noche. Para mantener el estado de la vegetación en buenas condiciones era necesario, en primavera, desplazar a tres hombres para quemar el carrizal y así tener carrizos nuevos para cuando llegaran en otoño.

El final de la cacería

En el año 1974 ocurrió que una mañana con los pájaros encerrados, llegó hasta el paso de la laguna un vehículo sin apagar las luces, algo que nadie de los que nos visitaban hacía; y empezaron a bajar las escopetas y los perros. El día anterior ya habían estado allí por la tarde y tuvimos que pedirle que dejaran de tirar porque se acercaba la llegada de los pájaros. Estos señores, que se identificaron como socios de la asociación de cazadores de Montilla, y que decían tener permiso de los dueños, ya amenazaron con denunciar la cacería que hacíamos con redes. Para colmo de males, unos de los perros cayó en un lazo que había colocado uno de los pajariteros aficionado a cazar conejos, que no era práctica habitual nuestra. Salimos al encuentro para pedirle que esperaran la salida de los pájaros antes de empezar a tirar, a lo que uno de ellos, que dijo ser capitán del ejercito, preguntó cómo cazábamos y le respondimos que con redes; entonces este hombre se enfadó bastante y dijo que daría parte a la Guardia Civil. Así ocurrió y transcurrida una hora, apareció una pareja de la Guardia Civil que nos comunicó que tenían orden de intervenir la red y todos los enseres. Al menos accedieron a que pudiéramos hacer la matanza de la cacería que teníamos encerrada, con el compromiso, por nuestra parte, de dejarlo todo recogido delante de la casilla para venir al día siguiente a precintarlo. Las negociaciones para proseguir las jornadas de caza entre la

propiedad y el ya desaparecido ICONA (Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza), quedaron, según la propiedad, en que se tenía que pagar una tasa de 5 pesetas por pájaro cazado, lo que suponía, sumado al 60 % que se pagaba por el arrendamiento carrizal, que la caza dejara de ser rentable. De esta forma accidentada se cerró un ciclo de la cacería de los estorninos en la Laguna de Zóñar que duró hasta la tercera generación de “Los Criaos”, ocupando y formando parte de la historia de Aguilar de la Frontera y también de Villaverde del Río por espacio de más de cien años.

Un acontecimiento familiar

La familia que se quedaba en Villaverde, las mujeres y los hijos, vivíamos la caza de los estorninos con la misma intensidad porque era parte de nuestra forma de vida y nos ayudaba a seguir luchando el resto del año. La cacería en Villaverde era un acontecimiento que todos vivíamos, desde la salida de la cuadrilla en el autobús a las seis de la mañana para ir hasta la estación de Brenes a coger el tren, o cuando se viajaba en el mismo camión que llevaba la red y todos los enseres, saliendo en este caso a la una o las dos de la madrugada para evitar la pareja de la Guardia Civil en la carretera.

En el año 1966 “El Lute”se había fugado de un tren cuando lo trasladaban a un centro penitenciario. A la altura de Écija, a las tres de la mañana, nos paró la pareja de la Guardia Civil preguntándole al camionero adonde iba, a lo que éste le contestó que a Puente Genil a por ladrillos. En ese momento uno de los pajariteros tosió; los demás se le echaron encima y al mismo tiempo al camionero se le ocurrió acelerar el camión, pasando así el control y pudiendo llegar a Aguilar de la Frontera sin más problemas.
A primeros de octubre todos los años se mandaba a un hombre que se encargaba de poner en los aledaños del carrizo trampas para las rapaces, y así mermar su número para cuando llegaran en la primera quincena de noviembre los primeros pájaros.

También vigilaba la Laguna del Rincón por si en ella se quedaba algún bando y así espantar a los animales y echarlos hacia Zóñar. Este hombre, que la mayoría de los años era mi tío Fernando Rodríguez García, mediante cartas informaba a mi padre de las docenas que él calculaba que tenía la banda. Pero en la campaña del año 1966 empezaron a llegar los pájaros y mi tío no decía nada de cuantas docenas calculaba que había, por lo que tuvo que ir mi padre a Aguilar de la Frontera, y tras estar allí dos días volvió y tampoco hablaba de las docenas que tenía la banda, entonces llevaron a mi tío Juan, que a los dos días, sin decir tampoco el aforo, llamó para que fueran preparando la cuadrilla y empezar las cacerías. Fue el año 1966 en el que mas pájaros se capturaron: 30.000 docenas. La campaña duró desde el 10 de noviembre hasta el 15 de febrero, y cuando se fueron los pájaros, después de quitarle a la banda las 30.000 docenas, nadie se atrevió a decir cuántos se habían ido.

La convivencia

“Los Criaos” salían de Villaverde para Aguilar de la Frontera todos los años en la primera quincena del mes de noviembre, y permanecían allí hasta la primera quincena del mes de febrero, fecha en la que se iba el pájaro. Los 13 hombres que formaban la cuadrilla se alojaban en una casilla que solo se usaba para la campaña del estornino, y en ella vivían durante los tres meses que normalmente duraban las cacerías. Lo que primero hacían una vez allí era acercase al Cortijo del Brosque para llenar un saco de paja, que sería el colchón donde dormirían. El encargado de la cuadrilla era mi tío Fernando Rodríguez García; mi padre Fernando Rodríguez López se hacía cargo de la organización de la misma y de la venta y cobro del pájaro, así como negociar con los dueños. Destacar también a mis tíos Manuel Rodríguez, Antonio Rodríguez y Benito Rodríguez, este último como cocinero.

La cacería de los estorninos suponía para ellos un medio de vida que alternaban durante el año con la pesca en el río Guadalquivir en primavera, y con las faenas del campo el resto del año. Esta tradición solo  cambió al final porque los descendientes ya trabajaban en otras actividades que les impedían poder dedicar los tres meses de la campaña. Los beneficios, que no siempre los había, se repartían en siete partes: para los hijos descendientes de “Los Criaos”, más una que se otorgó a un matrimonio de Aguilar de la Frontera que se llamaban, Postigo de apellido él y Soledad de nombre ella, los cuales tenían una tienda de comestibles, y cuyo marido también hacia las labores de zapatero. Soledad llevaba las cuentas, tanto de los gastos de la cuadrilla como de los pájaros cazados. Esto lo hacía con mi padre que pasaba a llevarle los datos de los gastos y los cobros que se le hacían al que nos compraba los estorninos para venderlos en Sevilla.

Mientras Soledad y Postigo mantuvieron la tienda en la calle Ancha, “Los Criaos” sacaban durante la campaña todos los víveres para la cuadrilla de 13 hombres, dándose la circunstancia que un año, al final de la misma, no tuvieron para pagarles y acordaron hacerlo cediéndole una parte de los beneficios, por lo que el número de socios, por este motivo, pasó a ser de ocho. A la cuadrilla que desplazaban desde Villaverde a Aguilar de la Frontera, se les pagaba el viaje de ida y vuelta, el jornal correspondiente, la comida, el vino y el tabaco.

La convivencia de “Los Criaos” con los vecinos de la laguna fue durante los más de cien años que estuvieron cazando, inmejorable. Había un respeto mutuo en el que se cuidaba por parte de los pajariteros, de forma muy drástica, el no ocasionar problema alguno, y si alguna vez lo hubo, el que lo había ocasionado, al año siguiente se quedaba en Villaverde. A los vecinos se les hacía una visita cuando llegaba la cuadrilla para que supieran que se iban a empezar las cacerías y evitar que por las tardes tiraran a los patos para no molestar a los pájaros, cosa que se cumplió siempre.

cazados. Esto lo hacía con mi padre que pasaba a llevarle los datos de los gastos y los cobros que se le hacían al que nos compraba los estorninos para venderlos en Sevilla.

Mientras Soledad y Postigo mantuvieron la tienda en la calle Ancha, “Los Criaos” sacaban durante la campaña todos los víveres para la cuadrilla de 13 hombres, dándose la circunstancia que un año, al final de la misma, no tuvieron para pagarles y acordaron hacerlo cediéndole una parte de los beneficios, por lo que el número de socios, por este motivo, pasó a ser de ocho. A la cuadrilla que desplazaban desde Villaverde a Aguilar de la Frontera, se les pagaba el viaje de ida y vuelta, el jornal correspondiente, la comida, el vino y el tabaco.

La convivencia de “Los Criaos” con los vecinos de la laguna fue durante los más de cien años que estuvieron cazando, inmejorable. Había un respeto mutuo en el que se cuidaba por parte de los pajariteros, de forma muy drástica, el no ocasionar problema alguno, y si alguna vez lo hubo, el que lo había ocasionado, al año siguiente se quedaba en Villaverde. A los vecinos se les hacía una visita cuando llegaba la cuadrilla para que supieran que se iban a empezar las cacerías y evitar que por las tardes tiraran a los patos para no molestar a los pájaros, cosa que se cumplió siempre.

La llegada de “Los Criaos” a Aguilar de la Frontera se produjo cuando la finca era propiedad del Duque de Medinaceli, que según contaban, antes de vender la finca a las familias Puig y Criado, de Montilla, se la ofrecieron a ellos para que la fueran pagando con los beneficios de las cacerías. A estos nuevos propietarios se les pagaba en concepto de arrendamiento del carrizal, el 40 % del total de la campaña, porcentaje que fue subiendo, estando el último año que se cazó en el 60 %. Los gastos de guardería, quema del carrizal y dos camiones de raíces de cañas que se llevaron para proteger el carrizal de las escorrentías que se producían desde la pendiente que está orientada por donde pasa la vía del tren, corrían a cargo de “Los Criaos”.

Los dueños de la finca aportaban la casilla, la leña y las bestias que se usaban para sacar los pájaros los día de las cacerías.

La media de las cacerías estaba entre las 1.800 y 2.500 docenas y la de las campañas entre las 15.000 y 20.000 docenas, a excepción del año 1966 en el que se contabilizó un total de 30.000 docenas, que se importaron la cantidad de 1.002.000 pesetas. El precio de venta de los estorninos (la docena) variaba, siendo en los últimos años de 35-40 pesetas.

Agradecimientos

De la historia de los pajariteros, forman parte de ella, personas que quedaron vinculadas a ellos, naturales de Aguilar de la Frontera, como Ricardo, Juan José “El Señor”, el Betis, El Quinto, que vivía en el lavadero de Zóñar, Rafael, encargado de la finca, Jaro y

la Yueca, matrimonio que vivían en la finca, Manolito Salés, la familia Zurera y los demás propietarios de las fincas colindantes de la laguna.

Para todos ellos y para la gente de Aguilar de la Frontera, nuestro agradecimiento por estos más de cien años que “Los Criaos” compartieron con la gente de este pueblo.

También hacer mención a mi padre Fernando Rodríguez López, que me llevaba desde muy pequeño a Aguilar de la Frontera, y me trasmitió la afición a la cacería y a conocer la historia de “Los Criaos”, a la vez que me hizo vivir de cerca y convivir con ellos para que hoy pueda testificar la historia que he tratado de dejar contada de las cacerías y la de “Los Criaos”.

Agradecer a mi primo Manuel Rodríguez Díaz, nieto de los que empezaron esta historia, con 98 años actualmente, y que ha proporcionado muchos datos que de los que aquí se relatan; también a Manuel Domínguez Lara, investigador de la historia de Villaverde, y a mi nieto David Hernández Rodríguez.

Un comentario

  1. Buenas soy Manuel hijo de Enrique Rodríguez Rodríguez » El negri». De Villaverde del río. Me ha encantado leer la historia Viva de nuestra familia LOS CRIAO.
    Un insiso tenemos en la casa de los negri una de las máquinas que me parece que es la única que queda un saludo a tos los CRIAO y a los pajareros…… Y otro a manaute gracias a el se terminó está única y bonita tradición que en 1991 siendo José María Caballero maestro de cacería con 7000 docenas +- en Los melonares fue el punto final. Saludos para todos los que somos pajareros y para los que están en el cielo.

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